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Michelle Bachelet y el eclipse de las mujeres en la política de América Latina

Por Ernesto Lodoño

Quizá la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, es la que más se regocijó con el hito.

Durante unos cuantos años, ella y otras dirigentes presidieron gran parte de América del Sur y representaban a más de la mitad de la población del continente. Sus presidencias —en Brasil, Argentina y Chile— convirtieron a la región en un ejemplo de la búsqueda global por lograr un lugar más equitativo para las mujeres en la política.

Sin embargo, con la destitución de una de ellas —la brasileña Dilma Rousseff— y la batalla para defenderse de los cargos de corrupción que ha entablado la otra —Cristina Fernández de Kirchner de Argentina—, Bachelet se encuentra en una posición inquietante: es la única mujer que lidera un país en toda América.

Y en unos meses dejará de serlo.

Cuando termine su mandato el próximo año, no se espera que haya una presidenta en ninguno de los países del norte, centro o sur del continente ni del Caribe, lo que constituye un notable revés en una parte del mundo donde, hasta hace poco, se habían elegido mujeres para liderar a las democracias más influyentes.

“Tal vez tuvimos un ciclo de hiperabundancia”, dijo Bachelet en una entrevista.

El fin de la era Bachelet está despertando cuestionamientos incómodos entre los defensores de los derechos de las mujeres que tenían la esperanza de que los antecedentes recientes de mujeres elegidas para cargos en la región representarían un paso duradero hacia la equidad de género.

Decenas de países en todo el mundo, incluido Chile, han adoptado sistemas de cuotas de género como parte de un esfuerzo por aumentar la representación femenina en el gobierno. Aun así, el progreso en la votación de más mujeres para los órganos legislativos en la región y más allá ha sido obcecadamente lento. Todavía no se cumple la meta establecida por las Naciones Unidas en la década de los años noventa, de que al menos un 30 por ciento de los legisladores del mundo fueran mujeres; hoy en día, la cifra global es solo del 23 por ciento.

“En todos esos países en que se han producido importantes avances hacia la equidad de género, la tendencia puede revertirse fácilmente”, dijo Lakshmi Puri, directora ejecutiva adjunta de ONU Mujeres, agencia de las Naciones Unidas que alguna vez fue dirigida por Bachelet y que se creó en 2010 para promover los derechos de las mujeres y su empoderamiento.

“Se dan tres pasos adelante y tres atrás”, dijo Puri.

Bachelet, Rousseff y Fernández de Kirchner llegaron al poder con el respaldo de funcionarios populares del sexo masculino en un momento en que a los votantes les atraían los partidos de izquierda que prometían construir sociedades más igualitarias.

Sin embargo, la imagen pública de las tres mandatarias y de las fuerzas políticas a las que pertenecen resultó afectada cuando las economías regionales se contrajeron al caer los precios de las materias primas y luego de una serie de escándalos de corrupción que han desatado dudas sobre sus liderazgos e integridad.

Si bien los presidentes a menudo ven cómo su aprobación cae mientras desempeñan su cargo, el trío de mandatarias sudamericanas dice que su género las expuso a reacciones particularmente virulentas.

En una entrevista reciente, Rousseff dijo que la “llamaron vaca como seiscientas mil veces” y atribuyó su caída, en parte, a la misoginia. La brasileña indicó que a ella la calificaban de ser dura y severa y “a un hombre lo habrían considerado firme y fuerte”, o que la criticaban por ser emocional “pero a un hombre lo habrían considerado sensible”.

El sucesor de Rousseff, Michel Temer, designó a un gabinete compuesto exclusivamente por hombres. El congreso de Brasil, por su parte, es uno de los órganos legislativos con mayor presencia masculina en la región; solo hay un 11 por ciento de legisladoras.

“Lo que no se les exige muchas veces a los hombres en la política sí se les exige a las mujeres. Y yo a lo que aspiraría es que el patrón, el corte, sea con la misma tijera”, dijo Bachelet.

“Creo que esto tiene que ver con sociedades machistas en las que a la mujer le ha costado irse ganando su espacio. Creo que se ha avanzado tanto en Chile como en el mundo y en América Latina, pero queda mucho por avanzar”, añadió.

Bachelet, quien tiene 65 años y es pediatra, comenzó su carrera en el gobierno como consejera en el Ministerio de Salud y ascendió con rapidez hasta convertirse en la primera secretaria de Salud de Chile, en el 2000, y después fue la primera secretaria de Defensa del país, en 2002.

Obtuvo su primera victoria presidencial con un amplio margen en 2005 y sustituyó a su aliado político, Ricardo Lagos. Bachelet no fue la primera jefa de Estado de la región, pero es considerada como la primera en haber sido elegida por sus propios méritos, sin haber sido apuntalada por un esposo con poder político. Fue un momento inspirador para las mujeres de toda América Latina, al ayudar a generar “en las niñas la percepción de que no hay límites”, dijo Bachelet.

Aunque después de que se calmaron las celebraciones en la noche de su primera victoria, Bachelet regresó a casa con el peso de un breve encuentro que tuvo en un evento de campaña.

“Si usted es elegida presidenta mi marido no me va a golpear nunca más”, le dijo una votante a Bachelet. La mandataria señaló que fue aleccionador “saberme depositaria de sueños y anhelos de tanta gente que tenía muchas expectativas con un gobierno mío”.

Durante su primer mandato, Bachelet encabezó reformas legislativas para frenar la discriminación laboral, proteger a las víctimas de violencia doméstica y ampliar el acceso a los servicios de salud para las mujeres argumentando que construir una sociedad más igualitaria no solo era un asunto de igualdad.

“Yo siempre hago una analogía futbolística”, dijo Bachelet. “Si de los 11 jugadores solo participan la mitad, no podemos ganar ningún juego. El país para desarrollarse requiere de todas las capacidades de los hombres y las mujeres”.

Cuando dejó el cargo en 2010, pues no hay reelección para mandatos consecutivos presidenciales en Chile, fungió como la primera directora ejecutiva de ONU Mujeres. Le brindó el poder de su fama a una nueva agencia que financiaba iniciativas para combatir la pobreza, trabajaba para reducir la violencia de género y cabildeaba a favor de reformas políticas para que fueran electas más mujeres.

Sin embargo, las ambiciones de la agencia se redujeron porque no fue posible recaudar los 500 millones de dólares de fondos anuales contemplados originalmente. El año pasado, su presupuesto rebasó por muy poco los 327 millones de dólares.

Bachelet regresó a la política, al postularse y ganar en 2013. Durante su segundo mandato creó el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género e impulsó una reforma electoral que establece que por lo menos el 40 por ciento de los candidatos a cargos públicos deben ser mujeres. Un segundo legado que espera dejar antes de retirarse del cargo el próximo marzo es la despenalización parcial del aborto por tres causales, medida que está siendo debatida en el congreso.

No obstante, la chilena dijo que saldrá de la presidencia con muchos asuntos inconclusos. Las mujeres solo suman el 16 por ciento del cuerpo legislativo. Además ganan aproximadamente un 32 por ciento menos que los hombres, son más susceptibles de caer en el desempleo y tienen menos probabilidades de obtener créditos. “La cultura es lo que más cuesta cambiar”, dijo Bachelet.

En junio el expresidente Sebastián Piñera, quien va a la cabeza en la carrera por sustituir a Bachelet, fue blanco de ataques después de que se divulgó un video en el que bromea sobre la violación para tratar de animar a una muchedumbre en un evento de campaña. Bachelet estuvo entre las personas enfurecidas. “La violación es la expresión del peor tipo de violencia contra las mujeres”, escribió en Twitter. “Bromear al respecto es denigrarnos a todas, y eso es inaceptable”.

Puede que la misoginia siga siendo palpable en la política chilena, aunque Virginia Guzmán, socióloga del Centro de Estudios de la Mujer en Santiago, dijo que las presidencias de Bachelet han dejado una marca indeleble en la sociedad. Reconoció que las mujeres aún tienen una representación baja en la política, pero dijo que en los años recientes se han vuelto más influyentes en otras esferas del poder, incluyendo sindicatos y movimientos estudiantiles.

“Creo que se le recordará como alguien que trató de conducir al país hacia una mayor democracia de formas muy importantes”, dijo Guzmán de la presidenta. “Las mujeres, y la sociedad en general, ahora están más empoderadas en términos de sus derechos”.

Aunque fue una dirigente popular durante su primer periodo, Bachelet dijo que a menudo sentía que se le imponía un estándar diferente que a los políticos de sexo masculino. Cuando su predecesor se emocionaba por algo en público, cuenta Bachelet, era alabado como un hombre sensible. “Si yo me emocionaba por algo, se me llenaban los ojos de lágrimas o se me apretaba la garganta porque sucedía una situación dramática, yo era una mujer ‘sin control de mis emociones’”, señaló.

Le fastidiaba que, cuando los editoriales criticaban sus decisiones, suponían que había seguido malas recomendaciones de consejeros varones. “Hay una dificultad para entender que una como mujer tiene capacidades de pensamiento, de decisiones muy autónomas”, indicó.

Aunque las expresidentas de Argentina y Brasil eran diferentes de Bachelet en cuanto a estilo y estrategias políticas, también hablaban de estar sujetas a críticas basadas en el género y ataques mucho más cruentos.

A la argentina Kirchner, quien dejó el cargo en 2015, con frecuencia le decían “yegua”, término usado para llamar a las prostitutas en la jerga. Los críticos de Rousseff, de Brasil, llegaron a poner calcomanías en su auto con una imagen de la presidenta de piernas abiertas justo donde se inserta la manguera de la bomba de gasolina.

Cuando las mujeres que se dedican a la política se quejan de la doble moral y de la misoginia en ese campo, a menudo se les acusa de usar a su favor argumentos sexistas, dijo Farida Jalalzai, una profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Oklahoma que publicó un libro el año pasado sobre las presidentas latinoamericanas.

“Ni siquiera es sutil; es evidente”, dijo. “Es un contragolpe para tratar de intimidarlas y que permanezcan donde están”.

El porcentaje de legisladoras en todo el mundo se ha elevado en la última década –de 11 por ciento en 1995 al 23 por ciento–, pero el progreso se ha estancado, según la Unión Interparlamentaria (UIP), un grupo que promueve la comunicación y las mejores prácticas entre los organismos legislativos.

“Tomará otros 50 años alcanzar la paridad si continuamos a este ritmo”, dijo Zeina Hilal, quien estudia género y política en la UIP. Dijo que las mujeres tienen dificultades para recaudar fondos, llegar a puestos de liderazgo en sus partidos políticos y vencer el sesgo de los votantes respecto a la capacidad de liderazgo de las mujeres.

Iván Aleite, un hombre chileno que trabaja como chofer en Santiago, dijo que le urge que termine el mandato de Bachelet. Su popularidad va en declive, consecuencia de una economía inactiva e investigaciones judiciales sobre los negocios de bienes raíces realizados por su hijo y su nuera, lo que Aleite dice son indicadores de que las mujeres no tienen capacidad para ser dirigentes.

“Tengo una teoría sobre por qué eligieron a Donald Trump”, dijo Aleite. “Los estadounidenses vieron los resultados de las presidentas en otras partes del mundo y la verdad es que, con excepción de Angela Merkel, ninguna ha tenido lo que se necesita para gobernar”.

Jalalzai ya había escuchado este argumento antes, en sus entrevistas a votantes latinoamericanos. Sin embargo, recalcó que si Trump pasa a la historia como “un presidente terrible, la gente no dirá que fue así porque era hombre”.